domingo, 3 de abril de 2011

CAPITULO 10

                                                                                                                            NIKO
Habían pasado un par de días desde el accidente. Me desperté en una habitación de hospital. Al principio me sentí un poco desorientado pero poco a poco fui recordando lo ocurrido. Fue muy egoísta por mi parte, les había dado un susto de muerte a todos. No sé por qué lo había hecho. 


Esto es lo que recuerdo:
Después de haber estado con mis abuelos y Toni- por cierto, que regañina me echó- vino el médico. Todos me miraron como compadeciéndose de mí.
-¿qué ocurre?- pregunté ásperamente.
Era consciente de que había sufrido un fuerte accidente, estaba rodeado de tubos y cables y una mascarilla me ayudaba a respirar. La noticia muy buena no debía de ser.
-Niko, voy a ir directo al grano y sin contemplaciones- me dijo el médico con aspecto de amargado y viejo- no vas a poder volver a andar.
Puse cara de terror, Dios mío, ¿qué había hecho? Enseguida me palpé las piernas a ver si las conservaba, llevándome de por medio unos cuantos cables. Menos mal que si las tenía, a lo mejor algún día podría llegar a volver a andar.
Después, mandé que saliesen todos del cuarto, quería estar solo, hundirme en mis preocupaciones. Con el paso de unas horas fui sintiéndome febril y un fuerte dolor en el pie, algo como si me quemase. Una opinión inexperta como la mía, que no sabía nada de medicina, habría dicho que sería bueno sentir dolor en el pie. Pero, sin darme cuenta me fui sumiendo en un sueño.

De eso, ya habían pasado dos días y ahora me encontraba en la actualidad. Hoy me había levantado con unas energías que jamás pensé que podría haber tenido. Además, podía andar perfectamente aunque el pie me seguía quemando. Era como una especie de cicatriz que todavía me ardía. Lo que más me extrañó del asunto es que tenía una forma característica. Era una especie de espiral con cuatro pequeños triángulos dispuestos uno al norte otro al sur y los otros dos al este y al oeste. Con el paso del tiempo, incluso podría pasar por un tatuaje. No le dije nada a mi familia.

Mi abuela Stella me contó que cuando yo había tenido el accidente, había llamado a esos que dicen ser mis padres. Han llegado a la conclusión de que me tengo que ir a vivir con ellos, por lo menos por una temporada, me negué en un principio pero al final accedí ya que me confesó que tenía un hermano y que debía conocerle. He accedido a ir durante un pequeño periodo de tiempo a España y luego volver a donde está mi verdadera familia, en Italia.
Ya en el aeropuerto, me vinieron a despedir mis abuelos, unos cuantos amigos y Toni con sus dos guardaespaldas de confianza, Michael y John.

El viaje transcurrió tranquilo, en la zona vip del avión. Todavía no me podía creer que me hubiese recuperado tan rápidamente y, ante todo, poder andar. Todavía me sigue haciendo gracia la cara que puso el médico cuando me levanté de la camilla de un salto.
Al llegar al aeropuerto de Barajas, pensé que tenía que coger un taxi o algo pero allí estaba mi familia. No sé cómo, pero los reconocí al momento.

La mujer más guapa que haya visto en mi vida, con el pelo rizado, corto y dorado. Sus ojos eran de un azul penetrante, casi grisáceo, como los míos. Supuse que sería mi madre. Se abalanzó sobre mí y me dio un abrazo que duro eternamente, yo estaba rígido porque no me lo esperaba pero luego relajé los músculos y lo correspondí.
Mi padre, un hombre fuerte y con aspecto respetable, me tendió la mano y luego resultó ser un abrazó.
-¿qué tal chaval?- me preguntó con una gran sonrisa.
-Bien, señor- le respondí ni serio ni amable.
Por último, allí estaba mi hermano. Éramos muy parecidos físicamente. Solo que él tenía los ojos verdes de Milo, y yo los ojos azules casi grisáceos de nuestra madre, Lumi.
-Hermano- se lanzó sobre mis brazos sin contemplaciones este debía de ser Alex.
Nos fuimos en silencio a recoger las maletas y las llevamos hasta un todoterreno, mi madre decidió ir detrás conmigo, cogiéndome de la mano.
-¿Por qué me abandonasteis?- les pregunté curioso, mirando por la ventanilla del coche a la estatua de colón que estaba en el centro de una plaza enorme que llevaba el mismo nombre que la plaza, noté la tensión que hubo en el ambiente, casi podía cortarla.
-Lo hicimos por tu bien- me urgió mi madre- tienes que comprender que eras un niño inocente e indefenso, en cambio, nosotros teníamos nuestros…poderes.
Me deshice en carcajadas y todos me acompañaron.
-Lumi- la llamé por su nombre, aunque supe que eso la dolía- no he esperado dieciocho años para que bromees, creo que me merezco la verdad.
Mi madre se puso a llorar, todo era una tragedia. Alex, que estaba sentado en el asiento del copiloto, se giró para que pudiésemos hablar cara a cara.
- No es una broma, cuando lleguemos a casa te lo demostraremos- me dijo seriamente- aparte de todo, ¿dónde estás marcado?
Le miré extrañado, aunque presentía a qué se podían estar refiriendo.
-Me refiero que, dónde te ha salido la señal- me aclaró- mira esta es la mía.
Se retiró el pelo que le cubría detrás de la oreja derecha y me enseñó una marca que era idéntica a la que me había salido a mí a la altura del tobillo, solo que la mía todavía estaba inflamada y me dolía. Rápidamente me quité las converse y el calcetín y se la enseñé.
-Sí, yo también la tengo- confirmé- ¿a vosotros también os acaba de salir?
Negaron todos con la cabeza.
-Hijo, mira, yo la tengo aquí, junto al brazo, ¿ves?- me enseñó mi padre mientras el semáforo estaba en rojo- al igual que tu madre.
Lumi se levantó la manga de la camisa y me lo enseñó. El semáforo se puso en verde y Milo continuó pendiente de la conducción.

Esto era de lo más extraño y sin poder evitarlo fruncí el ceño. De repente, recordé a mi abuela Stella diciéndome: “No frunzas el ceño que te va a salir una arruga”
Intenté hacerla caso y relajar la expresión. Llegamos a un edificio y nos metimos al garaje. 


Aparcaron el coche y subimos al cuarto piso. Una vez allí, pasamos por un enorme salón, pequeño en comparación a lo que estaba acostumbrado y luego me condujeron a una especie de pasillo en el que había varias puertas. Me llevaron a la segunda puerta.
-Siempre has tenido un sitio en esta casa- afirmó mi madre abriendo la puerta a un cuarto que era bastante grande pero muy poco decorado- este será tu cuarto.
-No creo que me quede mucho tiempo- aseguré. Mi casa estaba en otro lado.
Me ayudaron a traer todas mis maletas hasta mi cuarto.
-Será mejor que descanses hijo, mañana será otro día- dijo Milo abrazando a Lumi y a Alex.

Parecían una familia feliz. Cerraron la puerta y me quedé solo, lo primero que se me ocurrió fue llamar a Toni.
-¿qué tal chaval?- me preguntó mi tío- ¿te están tratando bien?
Iba a decirles lo raro que fue la conversación que tuvimos, pero me callé ya que más raro era lo de la cicatriz.
-Sí, todo va bien, solo que os voy a echar mucho de menos tío- le aseguré con las manos en un puño- ya sabes, a ti y a los abuelos.
-Lo sé, tienes que ser fuerte. ¿Qué tal mi hermano?
-¿Milo?- me reí. No se parecían nada físicamente, no como Alex y yo.- lo único en que os parecéis es que los dos imponéis respeto.
La llamada se cortó porque me había quedado sin batería. Maldecí por lo bajo. Saqué de una de las maletas mi iPod y me tumbé en la cama, parecía cómoda y sin querer me quedé dormido con la música puesta.

Al día siguiente me despertó mi hermano. Él ya estaba vestido y yo estaba con la misma ropa de ayer y con pelos de loco.
-Vístete, te quiero enseñar una cosa- dijo Alex. Después salió del cuarto.
Me di una buena ducha, y me puse lo primero que vi y fui directamente a la cocina. Allí me esperaban todos, habían preparado unas tortitas con nata y fresas. El estómago me sonó ruidosamente, lo que produjo que todos se rieran y yo me incluí sentándome a la mesa.
-¿Estás listo para que te enseñemos los poderes?- me preguntó Milo seriamente.
Dudé un poco pero asentí con decisión todavía sin tener muy claro si era una broma o no.
Alex extendió la palma de la mano y creo de la nada un rayo que detuvo Milo con el brazo.
Abrí los ojos como platos y sin pestañear. Me levanté de la silla y me pasé la mano por la cabeza. Esto no podía ser real pero…era una pasada.
-Ahora tú papá, demuéstraselo- le exigió Alex a Milo.
-¡Ya es suficiente Alex!- exclamó Lumi- deja que lo asimile.
Luego todos se me quedaron mirándome y se me iluminó la mirada o eso creo.
-¡A sido una pasada!- exclamé con todas mis fuerzas- ¿cómo lo has hecho?
se sorprendieron de que mi reacción fuese positiva y, supongo, de que no les llamase locos, desde que era pequeño, sentí que era diferente pero nunca llegué a pensar que esto pudiese estar pasando.


En la cara de Alex surgió un rasgo de orgullo.
-Solo he tenido que concentrarme un poco y pensarlo, es muy fácil, seguro que tú también puedes hacerlo pero con otro tipo de poder- me dijo naturalmente y tan emocionado como yo.
Nuestra madre se acercó hasta nosotros con una sonrisa de ángel. Esto empezaba a gustarme.
-Daros una vuelta- nos sugirió- Alex, enséñale la ciudad, preséntale a tus amigos.
-De acuerdo, mamá- le respondió Alex.
Cogimos un abrigo y salimos de casa. Me dejé guiar por Alex y cogimos un autobús.
-Te voy a presentar a un buen amigo mío, Pablo- me dijo con confianza- también tiene poderes como nosotros. Es capaz de manipular los sentimientos, podría llegar a ser uno de los grandes pero como es tan pasota, pues va a su ritmo- se rió. Tenía la misma sonrisa que la mía. Me parecía extraño mirarle, éramos muy parecidos.

Asentí varias veces con la cabeza para que se diese cuenta de que le prestaba atención.
Alex llamó a su amigo por el teléfono y le dijo algo de quedar en un bar. Lo bueno de estudiar en Italia filología española es que ahora podía comunicarme perfectamente con todos, aunque se notaba un rastro de acento italiano en mi voz, aunque muy ligero.
Cuando Alex terminó de hablar, miró el reloj.
-Hemos quedado en un bar que solemos tocar, a lo mejor- dijo mirando al reloj- nos da tiempo a pasar por Cora y su amiga Lidia. Están en el colegio, a lo mejor se animan a hacer pellas.
-¿quién te gusta de las dos?- pregunté. En esos temas sabía cómo el que más. Aunque no creía en ellos.
Se enrojeció un poco y yo me reí victorioso.
-Cora- dijo simplemente.

Nos bajamos en una plaza que Alex denominó “la plaza de los delfines” supuse que era por los delfines que había en la fuente del centro de la rotonda, a continuación bajamos una calle. Al girar continuamos andando y allí estaban ellas…o eso creía.
supuse que la que se abalanzó a los brazos de Alex era Cora, su otra amiga, estaba sentada en el suelo, se levantó y se limpió los vaqueros.

Me puse nervioso, yo, el tío más prepotente y egoísta del mundo. Las manos me sudaban y me las limpié contra los vaqueros.
Ella, al fin, posó la mirada sobre mí y yo sobre ella. Y sucedió algo que no me había pasado jamás, no pude apartar la mirada de ella ni un solo segundo.