domingo, 27 de marzo de 2011

2º CAPITULO

                                                                                                                    LIDIA
Después de haber pasado una hora en el metro, llegué a mi casa con un hambre feroz, saqué rápidamente el llavero de la mochila y entré en casa.

La entrada estaba decorada con un estilo minimalista, contaba con una gran puerta de cristal que daba entrada al despacho de mi padre y al lado de la puerta de la vivienda se encontraba un bonito y alto jarrón blanco de cerámica con un arbolito llamado “Tronco Brasileño”. Pasé al salón el cual no estaba tan decorado ya que nos mudamos de casa a principios de curso y con las obras no dio tiempo a terminarlo, así que este contaba con unos grandes ventanales que dejaban pasar la luz del día e iluminaba el bonito color melocotón de las paredes, también había un largo mueble blanco, al final de la estancia, en el que se encontraba el televisor y una estantería a juego repleta de libros, enfrente se encuentra el sofá un tanto cutre y viejo, que obviamente es provisional, en forma de “L” y detrás del sofá se encuentra una mesa de comedor con cuatro sillas a juego, eso es todo a pesar de que el salón es grande. La puerta de cristal de la cocina se encuentra justamente en la parte izquierda de la sala. Me quité el abrigo y lo colgué  en el perchero que hay  a la entrada del salón y me dispuse adentrarme en la cocina guiada por el magnífico olor de la comida, que seguro era paella, mi olfato nunca falla.

- Hola- saludé a mis padres que estaban terminando de comer.
Mi madre como siempre llevaba el cabello castaño recogido con unas horquillas en la parte posterior de la cabeza como si de una pinza de pelo se tratase y miraba atentamente las noticias de la televisión con sus diminutos ojos marrones oscuros. Estaba sentada de esa manera particular suya, la cual yo he heredado y en la que se deja ver, por la fina tela del jersey, esos pequeños michelines que según ella son a causa del parto… “tres hijos deja huella” como siempre suele decir.

Mi padre, el cual también tenía la mirada fija en las noticias, tenía el pelo ligeramente descolocado como si la palabra peine no figurase en su diccionario. Sus ojos de color marrón con ligeras motitas doradas dejaban ver la frustración que sentía por alguna noticia que transmitían en la tele la cual no era de su agrado.

Los dos se dieron la vuelta al unísono y saludaron con una leve sonrisa y volvieron a fijar la mirada en la televisión.
- ¿hay paella? Que rico- añadí ilusionada ya que es una de mis comidas preferidas. Me eché una buena cantidad de arroz en el plato con abundantes salchichas y trozos de ese pescado que sabe a pollo, Mero.
Continué comiendo hasta que el silencio se me hizo demasiado aburrido y procedí a contarles mis planes para el día.
- Ahora voy a ir a casa de Cora, ¿os parece bien?
- Sí- afirmó mi madre- pero antes tendrás que ir a buscar a tu hermano al colegio o sino ya sabes que no sales.
Para mi pesar si lo sabía, no entendía porque todos los benditos viernes, ese día tan sagrado para mí, tenía que ir a buscar al pesado de mi hermano pequeño al colegio, pero sabía perfectamente que era inútil discutir. Terminé de comer rápidamente y llamé a Cora.
- ¿sí?-respondió ella rápidamente al otro lado de la línea.
- Soy yo, iré sobre las seis, es que tengo que ir a recoger a mi hermano al cole- la expliqué.
- vale vale pues cuando vayas a venir hacia aquí me haces una perdida, ¿vale?
- Ok, adiós- colgué y me dispuse a salir de casa- Adiós- grité desde la puerta y Salí de camino al colegio de Oscar.

El recorrido en autobús transcurrió lento y aburrido, llegue a la entrada del colegio y, gracias a dios, no tardaron mucho en salir, el primero, como no, era mi hermano, no podía ser otro siempre tiene que ser el primero en todo. Se acercó corriendo a mí con esa sonrisita infantil en la cara y con su pelo corto de color castaño oscuro revoloteándole descontroladamente por la cabeza.
- Hola hermanita- dijo con tono de emoción en su vocecilla de niño que se notaba que estaba empezando a cambiar a una voz más grave, normal a sus doce años.
- Hola cuchicuchi- dije llamándole por el mote con el que, desde hace más o menos un año, suelo denominarle, en mi casa ya se ha hecho oficial y a él, por cierto, no le gusta nada pero ya se ha acostumbrado.

Volvimos a casa en autobús tranquilamente, él merendando un sándwich de mortadela y un batido de fresa y yo leyendo un libro no muy interesante. Como siempre el autobús estaba  abarrotado de niños  que acababan de salir del colegio acompañados por sus madres o niñeras y, como siempre, en cuanto apartabas la vista de enfrente para fijarla en el libro, sentías la mirada fija en ti de la gente que te rodea y la verdad es que es bastante molesto. Cuando por fin llegamos a casa yo me dispuse a salir corriendo en dirección al metro, no sin antes, hacerle la perdida a Cora.

Ya en su casa, tuve que esquivar los pequeños obstáculos que me separaban de su cuarto, por ejemplo, a su hermano Juan que, a pesar de sus veinticinco años de edad, tiene una gran afición a vacilarme, podría decirse que es su hobbie.
-Hola Lidia, Pídeme perdón- dice con expresión burlona sacándome de mis pensamientos a la vez que ponía cara de no comprender por qué tengo que pedirle perdón, de fondo se oía a su abuela decir” yo le pegaría un tortazo” ¿Cómo le iba a pegar un tortazo? Si fuera mi hermano pues sí, pero como no lo es pues a saber lo que piensan de mí si lo hago, así que resignada se lo pedí con el fin de que dejara de molestarme no sin antes expresar mi frustración por llamarme por mi nombre completo ya que odiaba que llamaran Lidia y él lo sabía, se lo he repetido mil veces pero como siempre lo hace por fastidiar, ¿tanto le cuesta llamarme Lia?
“un día, de los tantos que suelo pasar en casa de Cora, llegó su hermano y ¿Qué es lo primero que hace?, pues que va a ser, ponerse mi abrigo. Si comparamos mi delgado cuerpo de 42Kg con su complejidad masculina de 75Kg pues, como es lógico, la tela del abrigo se estiró un poco, Cora se puso hecha una furia.
- ¿Tú eres tonto o qué?- preguntó afirmando- ¡Mamá! ¡Mamá!
Bueno, prefiero no recordar lo que vino después, solo recuerdo que fue una auténtica tragedia griega.”

Por fin cuando conseguí entrar en su habitación saludé a su precioso pastor alemán llamado Thor, que me daba la bienvenida a su manera moviendo el rabo a los lados y yo le acaricié su suave pelaje de un color denominado “rojo fuego”. Cora se encontraba tumbada en la cama, el pelo castaño rizado, ahora teñido de un caoba rojizo, que le sobresalía por los lados de la almohada y su mirada de ojos chocolate estaba fija en la pantalla del portátil mac, que ella denominaba “su bebé”, el cual sujetaba sobre su vientre.
- Hola- dije alegremente- ¿Qué haces?
- Estoy viendo videos en youtube  de las canciones que podemos cantar a dúo- comentó sin apartar la mirada- Yo creo que la de “Ding dong song” es la mejor.
- Vale, pero yo me pido la voz femenina- pedí mientras me tumbaba a su lado para poder contemplar también el video.
- Vale, que prefieres ¿que hagamos primero el video o vemos la peli de Disne? – me preguntó.
- La peli primero, que luego nos entretenemos y no acabamos la maratón Disney.
Asintió y puso la película acordada, La sirenita, pero al darnos cuenta de que no estaba en español latino, que es la versión que nos gusta desde la infancia pues decidimos cambiar al rey león.

Pasadas las horas, las cuales transcurrieron entre risas bailando y cantando, llegó la hora de irse y, como siempre, Cora me acompañó a la parada de autobús. Por el camino la noté muy pensativa
- ¿En qué piensas?- pregunté intrigada
- Es que no logro quitarme al chico de esta tarde de la cabeza, además se me quedó mirando con una expresión muy rara. Dime la verdad- dijo parándose en mitad de la calle- ¿yo como estoy de cuerpo?
- Pues bien, no estas ni gorda ni delgada, estas normal. ¿Y yo?-pregunté pasándome las manos por la cadera y poniendo posturas como si fuese una modelo.
- Pues bien, tu no estas ni gorda ni delgada, estas anoréxica- dijo soltando un carcajada mientras yo la daba un puñetazo cariñoso en el hombro. Cuando llegamos a la esquina de la calle, donde a unos metros estaba la parada de autobús, Cora apresuró el paso.
- Siempre me pongo nerviosa cuando llegamos aquí, me da miedo que se te pase el autobús.
En ese momento aparece el autobús y salgo corriendo desesperada por no perderlo haciéndole señas con la mano para que parase mientras que con la otra me despedía de Cora y la gritaba un rápido adiós.

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